No es fácil abrirse en canal a una persona, hablarle de ti, de lo que sientes, de lo que piensas, de lo que te rompe y de lo mal que te encuentras sin haber encontrado la manera de salir adelante por tus propios medios, como si la vida se te fuera en ello, porque vivimos en una sociedad en la que todo aquello que va de dentro tiene que manejarse desde dentro.
¡Qué mentira más grande!
Y entonces un día te das cuenta de que ya hasta respirar te duele, que lo que antes te hacía sonreír ahora lleva consigo una risa fingida y notas como cada vez estás más rota/o, sintiéndote como en una habitación cuyas paredes se van haciendo cada día más chiquititas y te van apretando.
¿Por dónde puedo empezar? ¿A quién pido ayuda? Los pasos suelen ser los mismos… Primero me comparo con mi entorno y comparo mis problemas con los de las personas que tengo a mi alrededor, llenándome de pensamientos del tipo “hay problemas peores”, “a lo mejor es cuestión de tiempo” y así consigo alargar un poquito más ese momento de mostrarme vulnerable y pedir ayuda, cuando en realidad únicamente estoy alargando más mi sufrimiento.
¡Qué mala fama tenemos todavía los psicólogos! Cuando tengo comprobado que una vez que la persona atraviesa el umbral de la consulta, siempre, absolutamente siempre, en algún momento me dice “es la mejor decisión que he tomado” (a veces este pensamiento llega pasadas las sesiones, pero siempre aparece).
Todavía existe la creencia de que somos esos profesionales que decimos lo que hay que hacer y cobramos una gran cantidad por hacerlo. No discuto que existen muchos psicólogos, con diferentes corrientes y diversas maneras de relacionarse con sus pacientes, lo importante es que cada uno pueda dar con un profesional con quien establezca un buen vínculo, basado en la confianza.
Y esta parte es la complicada, pues no es fácil confiar cuando los fantasmas llevan tanto tiempo haciendo sombra, cuando no conocemos de nada a la persona que tenemos delante y cuando estamos acostumbrados a ser juzgados por todo.
Sin embargo, déjame que te cuente un secreto… nosotros no juzgamos, escuchamos de absolutamente todo en consulta con la gran variedad de perfiles que llegan a notrosos, y nuestra mente funciona como un engranaje de puzzles: para ENTENDERTE. Juzgar es perder el tiempo y alejarnos de nuestro objetivo principal: AYUDARTE.
Por eso, es fundamental que en esa primera sesión puedas sentir cierto vínculo con la persona que tienes delante, mirándote para acompañarte, que te sientas en libertad de preguntarle sobre su manera de trabajar, la posibilidad que puedas tener o no de localizarle fuera de sesión y sobre todo, fíate de lo que te diga tu intuición. Que esa psicóloga le haya ido muy bien a tu amiga no quiere decir que a ti, con lo que te ocurre, te vaya a ir igual de bien.
A lo largo de más de 12 años me he encontrado con gran variedad de perfiles, de actitudes y reacciones ante una primera sesión. Sólo en dos ocasiones, por mi parte, no he sentido la vinculación que considero fundamental para poder ayudar a la persona que se sienta frente a mí y para mí es vital ser honesta y poder trasladarle con todo el amor del mundo, a esa persona, que seguramente una compañera podría acompañarle mejor de lo que yo podría hacer. De la misma manera, aunque sólo me haya pasado una vez, una persona me comentó a mí lo mismo, no sentía esa vinculación necesaria y, atreverse a reconocerlo y verbalizarlo es de vital importancia para la recuperación de la salud mental ¿Cómo abrirse sino en canal a alguien?
Siempre os recomiendo conocer a varios profesionales, los procesos terapéuticos suelen ser largos y es necesario tener diferentes perspectivas y diferentes sensaciones para elegir a la psicóloga que considero adecuada para mí, de la misma manera que esa psicóloga también debe ser honesta y sentirse en sintonía.
Somos personas que trabajamos con personas, el vínculo inicial determinará el camino que sigamos.
«El sabio no atesora. Cuanto más ayuda a los
demás, más se beneficia. Cuanto más da a los
demás, mas obtiene para él.
Lao-Tse